lunes, 2 de mayo de 2011

Algunas novedades

Hola a todos,

Hace algunas semanas comenté que iba a escribir algunas reseñas para un amigo que está montando una web de temática militar. Finalmente ya la tiene casi a punto, así que aquí os dejo el enlace por si queréis echarle un vistazo:

http://war-combat.com/

En otro orden de cosas, le he dado un buen empujón a mi actual novela y ya tengo escrito en torno al 75%, creo que en un mes o así lograré terminarla, si todo va bien y los exámenes de la UNED no me distraen demasiado. Y aunque no espero que vea la luz con facilidad, aquí os dejo el prólogo para vuestro disfrute.

Un saludo

PRÓLOGO

Debería estar asustado. Sin embargo, el sentimiento que predomina en mi interior es la decepción.


A decir verdad la culpa no es mía. Vemos tantas películas y series baratas de televisión que acabamos convencidos de que lo que muestran las pantallas es un fiel reflejo de la realidad. Por ello, aquel cuarto de interrogatorios me producía más lástima que temor. Esperaba una habitación luminosa, con un gran espejo que ocupara toda una pared, como una amplia ventana que transmitiera sobre el sospechoso la acusadora mirada de media docena de invisibles detectives.

Para mi sorpresa, el cuarto en el que esperaba pacientemente casi se podía abarcar con los brazos. La capa verdosa de pintura que cubría las paredes mostraba tantas grietas que se asemejaba a una inmensa telaraña, oscurecida por el paso del tiempo. El famoso cristal de espejo por el que los policías podían observar el interior de la estancia sin ser vistos apenas tenía tres o cuatro palmos de ancho, de modo que si dos personas quisieran mirar al mismo tiempo casi deberían hacerlo una por encima del hombro de la otra. En aquellas circunstancias, el respeto y el temor que me embargaban al llegar a la comisaría habían desaparecido en unos minutos.

Y, pese a ello, debería estar asustado.

La puerta se abrió, emitiendo un sordo chasquido que preludiaba la aparición del inspector. Con la misma frialdad que había mostrado en nuestro primer encuentro, el detective Arteaga se adentró en la sala, cerrando la puerta tras de sí. Se sentó en la silla vacía situada frente a mí y depositó una delgada carpeta marrón sobre la mesa. Sin una palabra, extrajo varias fotografías del archivador y las colocó una junto a la otra en la fría superficie. Todas ellas mostraban a una persona muerta, y todas me resultaban conocidas. Después me miró en silencio, aunque sus ojos parecían decir: 'ahora ya sé que los has matado tú'

Mantuve su mirada durante unos segundos, ignorando deliberadamente las macabras estampas que nos separaban, relajando los músculos de la cara para evitar en lo posible que mi rostro delatara los sentimientos que se agolpaban en mi interior. Finalmente, el detective suspiró, permitiendo que sus labios se curvaran en una ligera sonrisa.

- ¿Qué tal si empezamos por el principio? – comentó.

Por toda respuesta, me limité a levantar ambas cejas en un gesto de indiferencia. Por la confianza que mostraban sus ojos, el detective parecía dar por hecho que todo aquel asunto tenía un inicio claro, un instante perfectamente identificable en el tiempo, como el pistoletazo que marca el comienzo de una carrera. Y lo que es más importante, que ese inicio le permitiría encontrar un motivo por el que un hombre normal llega a sentarse un día en una sala de interrogatorios como sospechoso de varios asesinatos.

Me llamo José María Fernández, y soy uno más de los millones de anodinos habitantes que pueblan Madrid. Hasta hace poco, mi biografía no hubiera servido para rellenar siquiera un simple párrafo. Casado y con dos hijos, trabajaba como contable en una empresa multinacional afincada en España. A mis cuarenta y seis años esa escueta frase encerraba toda mi vida, una vida sin emociones, sin sobresaltos; una vida normal. De hecho, no recuerdo haber vivido ninguna experiencia fuera de lo común. No le he salvado la vida a nadie ni he estado nunca en riesgo de perder la mía. No he luchado en guerras, ni entrado en edificios en llamas; incluso era un niño durante la transición. Siempre he ejercido un oficio alejado de cualquier violencia o complicación que no fuera la continua lucha con jefes y compañeros de trabajo. Si en un diccionario buscarais la palabra ‘normal’ junto a ella encontraríais una foto mía. Incluso mi aspecto es monótono. No soy alto ni bajo, ni guapo ni feo, ni gordo ni delgado. Básicamente soy el típico cuarentón con poco pelo y una incipiente barriga producida por la vida sedentaria. Ojos marrones, pelo castaño… lo último que espero cuando camino por la calle es que alguien se fije en mí.

Tal vez por ello, cuando el detective lanzó al aire sus palabras me resultó difícil evocar un momento al que pudiera ponerle el nombre de principio. A decir verdad, sí hubo un instante clave, una señal. Fue el chasquido del crepúsculo el que me marcó el camino. Pero sería inútil comenzar mi historia hablando de ese hecho en concreto, pues son muchos los factores que influyeron hasta llegar a ese punto y, sobre todo, en lo que pasó después. Para entender los acontecimientos que me condujeron hasta ese estrecho cuarto de interrogatorios hay que retroceder más, hasta el tiempo en el que no me diferenciaba de ningún otro, el tiempo en el que mi vida aún era monótona y vulgar.

2 comentarios:

Blas Malo Poyatos dijo...

Hola Salvador, qué cambio de registro, tan distinto en época. ¿Dices que en un mes has escrito el 75% del borrador? Eso es velocidad.

¿Tiene nombre/título la criatura o aún no es momento de desvelarlo?

Un saludo

Salvador Felip dijo...

Hola Blas,

La verdad es que ahora que leo mi entrada no queda nada claro. Lo que quería decir es que ya llevo un 75% y en un mes espero acabarla.

En cuanto al nombre, se llama 'El chasquido del crepúsculo' lo cual no convence mucho a un par de personas que lo han oído, aunque tiene su explicación, aunque para saberla habrá que leer el libro :)

Un saludo