lunes, 30 de agosto de 2010

La construcción en Bizancio II

Hola a todos,

Esta semana continuamos con los métodos constructivos bizantinos que, pese a su neta herencia romana, dispuso de un desarrollo propio.

MUROS

El muro se construía con un núcleo de hormigón recubierto con paramentos de sillería, cuyas piedras no están ancladas entre sí. El mortero sustituye a los hierros soldados con plomo utilizados en occidente. En ocasiones se sustituye el mortero entre las piedras por una lechada de cal (como en Santa Sofía)
Cada hilada, además de los sillares, presenta perpiaños. Las hiladas de ladrillo intercaladas en los sillares permitían una mejor unión entre el paramento y el relleno, con los ladrillos haciendo el papel de perpiaños.
El lecho de mortero que se ponía entre los ladrillos era casi tan ancho como el propio ladrillo, aunque en el caso de las hiladas de piedra era menor.
Se ponían vigas de madera unidas entre sí para reforzar el muro mientras el mortero estaba aún fraguando. Cuando el mortero estaba duro pero aún no asentado del todo podía soportar el peso, pero corría el riesgo de deformarse, con lo que aumentaba la posibilidad de que la estructura se derrumbara. Las vigas de madera permitían que se endureciera. Cuando la madera se deterioraba el mortero ya estaba bien y podían ser retiradas.



Para la realización de los muros se usaban andamios que se levantaban anexos a la pared. Se hacía un agujero en el muro por donde se pasaba una viga que sobresalía por ambos extremos. Dos vigas a cada lado permitían poner un andamio sobre el que trabajaban los obreros. A medida que se ascendía se ponían más andamios. Luego, una vez que la estructura estaba finalizada y los decoradores comenzaban su trabajo, lo hacían de arriba hacia abajo, y a medida que terminaban se rellenaban los agujeros y se quitaban los andamios.




COLUMNAS

Los capiteles de las columnas eran bloques de mármol que se tallaban para formar la transición entre la columna redonda y el cuadrado superior.
A los capiteles se les daba primero la forma, tallándolos cuadrados por arriba y circulares por abajo. Luego se dibujaba una línea vertical en el medio del capitel por los cuatro lados y se rebajaban 2 dedos las zonas intermedias entre el centro y las esquinas.
Las columnas de Santa Sofía no tenían ábaco, tan sólo el capitel, pues el contacto con el arranque superior se hacía por medio de cuadrados perfectos, y no de cuadrado con rectángulo, que implica la necesidad del ábaco como transición.
Los fustes solían ser monolíticos, tallados en caliza compacta, aunque en Santa Sofía las columnas eran de mármol, el cual tendía a fisurarse por las vetas blandas, llegando algunas a desintegrarse según Procopio.
Para prevenir estas fisuras longitudinales se recurría a anillos metálicos que zunchaban (rodeaban, aprisionaban) los fustes en la cabeza y en el pie.
Además, para mayor garantía, se asentaban las columnas sobre lechos realizados con un material plástico para conseguir un reparto más uniforme de las cargas. Se usaban láminas de plomo, por lo que los tambores se colocan sobre hojas de plomo de 1 mm de espesor. El problema de esta lámina de plomo es el desbordamiento debido a la tensión en el perímetro del lecho. Para evitarlo se aprovecha el zunchado. Al rodearse por la junta el plomo queda confinado y no puede aplastarse ni extenderse.
Las columnas se elevaban a su sitio mediante cuerdas y poleas, primero la base, luego el fuste y por último el capitel.


CÚPULAS

Para hacer la cúpula se ponía un mástil en el centro hasta la altura de los muros. De la punta del mástil se tienden dos cuerdas, una que coincida con la curvatura interior de la cúpula y otra con la curvatura exterior, así se tiene la forma de la cúpula y su espesor. Se van colocando filas enteras de ladrillos alrededor de toda la cúpula de una en una, por lo que sólo se necesita andamiaje para cerrar el hueco central.
Las cúpulas de ladrillo se hacían por medio de lechos cónicos, en forma de coronas sucesivas, de ese modo podían realizarse sin cimbras. Los ladrillos de cada hilada se colocaban sobre una capa de mortero que los unía a los de la hilada precedente. Una vez terminada, cada hilada se comportaba como un tronco de cono con el vértice apuntando hacia abajo, por lo que no puede deformarse ni descender y sirve de apoyo para la siguiente.
Los vértices de los conos no tienden al punto central de la esfera, sino a un punto superior, pues a medida que la cúpula se va formando las hiladas deberían hacerse cada vez más verticales. Para determinar la inclinación de los lechos se lleva una cuerda o cintrel desde el lecho hasta la base de la cúpula en el otro extremo de la bóveda. El punto en el que corta el eje central es el vértice del cono.
Para cerrar la bóveda en la clave llega un momento que el ángulo es excesivo para que los ladrillos agarren por lo que en ese punto no se continúa aumentando el ángulo sino que se mantiene constante hasta cerrar la cúpula.
Finalmente, las cúpulas se embeben en la base dentro de un muro perimetral de fábrica que la ciñe hasta la altura de los riñones y se empalma con el trasdós mediante una contracurva. Es en este muro donde en Santa Sofía se abren las ventanas o huecos de iluminación, de forma que parece reducido a una serie de contrafuertes discontinuos.
La cúpula de Santa Sofía es nervada. El intradós se divide en 40 husos por otras tantas nervaduras meridianas salientes que convergen en la clave y dan solidez a la fábrica sin aumentar el peso notablemente. Se construyeron al mismo tiempo que los paños de relleno y se ligan al resto de la bóveda por la continuidad de las mismas hiladas cónicas. Su función es rigidizar y volver menos deformable la delgada cáscara de la cúpula.


Y esto es todo por ahora, la próxima semana variaré el tema. Para quien se quede con ganas de más le remito a la reseña bibliográfica de hace unas semanas y, sobre todo, al libro de Auguste Choisy 'El arte de construir en Bizancio'

Un saludo a todos

4 comentarios:

Coriolis R. dijo...

Impresionante, Salvador.

Haciendo un poco de ucronía, me gustaría saber qué hubiera pasado si los bizantinos hubieran tenido una guarnición capaz de cubrir adecuadamente todo el perímetro defensivo.
Con más soldados y algo de artillería, el sultán se habría tenido que volver a Anatolia con el rabo entre las piernas.
El mundo de hoy, sin duda sería muy diferente. No necesariamente mejor, eso sí.

Salvador Felip dijo...

Hola Coriolis,

La verdad es que esa esa una opción interesante para contemplar, un poco en la línea de Roma eterna, de Robert Silverberg.

Constantinopla estuvo a un paso de salvarse en 1453, sin embargo, creo que eso sólo hubiera retrasado unos años lo inevitable. El antiguo imperio bizantino ya no existía, y la ciudad era casi una urbe fantasma, con el ganado pastando en las ruinas del antiguo Gran Palacio.

Pese a ello, para los que estamos 'enganchados' a Bizancio esa es una opción que siempre nos gusta contemplar.

Un saludo

Coriolis R. dijo...

Saludos Salvador,

efectivamente Bizancio, sin vastos territorios donde poder reclutar (¡y sobre todo gracias a los cuales poder pagar!) un ejército capaz de enfrentarse a los otomanos, poco podía hacer.

¿Pudo quizá convertirse en un emporio comercial tan próspero como para poder mantener, con los beneficios, una armada y un ejército mercenario?

Pero eso sería otra ucronía y con dos ya desvirtúo bastante el tema, que iba de arquitectura.

Salvador Felip dijo...

No te preocupes por cambiar de tema, a fin de cuentas todo gira en torno a Bizancio.

Esta segunda opción que apuntas tenía muchas más probabilidades. De hecho, una de las causas que incitó a los turcos a apresurarse a tomar Constantinopla era que temían que la ciudad cayese en manos de Venecia, cuyo apoyo sí podía proporcionar a la urbe una base firme que resistiera los embates otomanos.

Por su situación, la capital del imperio era un emporio comercial por excelencia, pero sus privilegios fueron heridos de muerte con el pacto que firmó Alejo I entregando la primacía comercial a los italianos a cambio del apoyo que necesitaba en ese momento. Alejo salvó a Bizancio en el siglo XI, pero hipotecó su futuro a largo plazo.

En cualquier caso, la opción resultaba tan atrayente que, tras Lepanto, la intención de la flota mandada por Juan de Austria era dirigirse a Constantinopla y arrebatársela a los turcos, cuyas propias fuentes afirman que sus ciudadanos estaban en tal estado de pánico que bastaba que una docena de galeras cristianas hubiesen entrado en el Cuerno de Oro para que la ciudad se hubiese rendido. Eso hubiera supuesto un terrible golpe para el imperio otomano, pero la liga se disolvió antes de que los planes cuajaran, así que otra interesante opción histórica se cerró.

Un saludo