lunes, 4 de junio de 2012

La mentalidad defensiva bizantina

Hola a todos,

Finalizado el periodo expansivo de Justiniano, Gibbons vio los siguientes siglos como una continua decadencia del imperio romano de oriente, como una mera cuesta abajo de Bizancio, salpicada por un puñado de pequeños picos en los que parecía que el otrora glorioso imperio trataba de recuperar su esplendor.

Sin embargo, la realidad es bastante más compleja que esa visión. Sí que es cierto que, a diferencia de otros imperios o reinos en esas mismas épocas, Bizancio daba la impresión de estar continuamente a la defensiva, de dejarse llevar por la inercia. Pero era una táctica bien calculada, de hecho, lo suficientemente buena como para permitir a Bizancio ser una potencia de primer orden durante 700 años y sobrevivir casi un milenio.



Ya en el siglo VII, el imperio había excedido con mucho la capacidad de sus recursos militares y económicos. Frente a árabes, eslavos, lombardos, búlgaros, ávaros e infinidad de otros pueblos, Bizancio apenas podía situar en el campo de batalla una fración del potencial militar de antaño. Uno a uno, cada enemigo era formidable, pero batirlos a todos a la vez era imposible. Por ello, los manuales militares bizantinos hasta el siglo XI proclaman a lo largo de sus líneas la necesidad de vencer sin luchar.

La primera línea de defensa del imperio no era militar, sino diplomática. La inteligencia no sólo proporcionaba información vital para alertar de las amenazas que se cernían sobre Bizancio, sino que permitía lanzar a un pueblo contra otro, retrasar una guerra hasta que otra hubiera finalizado y se liberara un frente o cambiar por oro unos años de paz. Era retrasar lo inevitable, pero proporcionaba tiempo.

Por otro lado, cuando el conflicto comenzaba, los generales bizantinos eludían las batallas, confiando en que el trabajo se facilitara con las condiciones del terreno, las enfermedades, el hostigamiento o las emboscadas. En un imperio menguante, encontrar reclutas era cada vez más complicado, por lo que las batallas campales suponían pérdidas difíciles de reemplazar. Lo mejor era evitarlas siempre que fuera posible.

En cualquier caso, si bien es cierto que este enfoque defensivo dio buenos resultados, muchos consideran que únicamente sirvió para prolongar la agonía, que Bizancio, pese a que, nominalmente, aún seguía reclamando los territorios perdidos mucho tiempo atrás, no sólo no logró enfocar sus recursos hacia su recuperación, sino que careció de la voluntad de lograrlo, lo cual fue un error fatal. Como ejemplo, se incide en el reinado de Basilio II, el Matador de Búlgaros, capaz de recuperar los Balcanes y de derrotar de manera decisiva a uno de los mayores enemigos del imperio sin desatender la defensa de otros territorios.

Si bien es cierto que una sucesión de buenos emperadores hubiera cambiado la historia, la realidad era que Constantinopla era el centro de una red de intrigas y que, por desgracia, no era el más capaz el que solía vestir la púrpura, sino el que disponía de los mejores contactos. Con eso en mente, una estrategia de guerras agresivas bajo el mando de emperadores inútiles sólo hubiera acelerado la destrucción de Bizancio. Por ello, es probable que fuera esa estrategia de defensa a ultranza la que garantizó que Constantinopla no se perdiera hasta mil años después que su predecesora, Roma.

En las condiciones en las que estaban, rodeados de enemigos y aquejados de una inacabable lucha de facciones internas, la defensa y la diplomacia eran las opciones más lógicas. ¿Por qué será entonces que, aún sabiéndolo, todos tenemos en mente el desesperado final de la antigua Roma? ¿Qué poder tiene esa imagen de las últimas legiones combatiendo entre la nieve frente al Rhin, sabiendo que no podían ganar y, aún así, firmes?

Aquellos que pierden luchando hasta el último aliento ejercen una extraña atracción. Tal vez sea eso lo que le falta a Bizancio para ser estudiado como se merece en los libros de historia. Al igual que le pasó a Cartago después de Anibal, Bizancio parece desvanecerse tras el reinado de Justiniano. Es posible que, de haber sabido cuál sería su final, los bizantinos hubieran preferido un imperio más corto pero cuajado de gloria, gloria ganada a golpe de acero y sangre en los campos de batalla.

Un saludo

2 comentarios:

Coriolis R. dijo...

Buenas,

como dije otra vez, en mi opinión un imperio sólo puede existir expandiéndose. Una vez agotada esa energía, no queda sino ir viéndose erosionado por otras potencias ascendientes.

Cierto igualmente -creo que también lo dijimos- que durar tantísimo tiempo es un gran éxito político y militar de Bizancio. Cierto que queda más heroíco perderlo todo de una vez que ir cediendo tierras a bocados hasta que, al final ni siquiera eres dueño de la tierra que pisas.

Como de costumbre, me queda apelar a la ucronía. Pensar qué hubiera sucedido si Bizancio hubiera dispuesto de armamento moderno, o de haber sucedido una revolución política y cambiado el sistema de gobierno, o haber concertado algún tipo de alianza con reinos europeos en expansión ¿con el sacro imperio tal vez?

Ciertamente, con todos mis respetos y estima para Estambul y los estambulitanos (o como se diga) y aunque estén a caballo entre dos continentes... dejaron de ser europeos en 1453.

Es decir, que espero que la olimpiada vaya a Madrid 2020 ;)

Saludos.

Salvador Felip dijo...

Hola Coriolis,

Tal y como está la economía no sabría decirte si que nos den la olimpiada sería bueno o malo...

La idea de una alianza con el imperio carolingio surgió cerca del año 800, cuando gobernaba la emperatriz Irene. Durante un tiempo se pensó en realizar un matrimonio de estado entre ella y Carlomagno, de forma que se unificaran los dos imperios más potentes de la época, pero la cosa no cuajó y ambos acabaron desintegrándose.

Como bien dices, o te haces hueco con los codos o te comen.

Un saludo