miércoles, 11 de enero de 2012

El nacimiento de una nueva potencia en el Mediterráneo

Hola a todos,

Venecia, la perla del Adriático, la ciudad de los canales. Muchos hemos paseado por su famosa plaza de San Marcos, rememorando el tiempo en el que esta mítica ciudad construyó un imperio en la parte oriental del Mare Nostrum. Sin embargo, no muchos siglos antes de su esplendor, la ciudad no era más que un conjunto de islas apenas pobladas.

Según cuenta la historia, los primeros habitantes de los islotes fueron exiliados, que huían de las devastaciones de Atila en el siglo V cuando atacó Aquileia. A ellos se sumaron nuevos emigrantes, expulsados de sus tierras con la invasión franca en tiempos de Narsés, y, sobre todo, con la entrada de los lombardos.

En la Venecia de los siglos VI y VII el grupo de islotes donde más adelante se encontrará el corazón de la ciudad (como Rialto) estaba prácticamente despoblado. El centro religioso se encontraba en Grado, el político en Heracliana y el mercantil en Torcello. Hasta este momento, la ciudad era tributaria de Roma y, más adelante, de Bizancio, que mantenía allí su administración. Su economía se basaba en la pesca y la extracción de sal, que se intercambiaba por trigo en Comacchio, a orillas del Po, puerto que sirvió de inspiración a los venecianos para el desarrollo de su urbe.

A finales del siglo VIII Venecia ya se ha expandido y su comercio comienza a ser pujante. Aún siguen bajo la administración bizantina, pero la presencia de un emperador alejado, que se limita a ratificar a los dux, no supone sino ventajas, puesto que, en la práctica, actúan de manera independiente, mientras que en los conflictos con el naciente imperio carolingio siempre pueden pedir ayuda a Constantinopla, como cuando sus mercaderes son expulsados de Rávena por Carlomagno, al que no reconocían como rey de los lombardos.

Sin embargo, las luchas políticas entre bizantinos y carolingios serán el entorno ideal para que Venecia corte amarras con su antigua dueña. En 805, los venecianos se han expandido por la costa dálmata, por lo que esperan que Constantinopla muestre su enfado. Ante esta posibilidad, envían embajadores a la corte carolingia para ponerse bajo la protección del emperador occidental, que anexiona la ciudad a su reino en Italia. Esto le daba la oportunidad de convertirse en potencia marítima, algo que desperto el inmediato recelo de Bizancio, donde se comprendió el peligro que podía representar una Venecia aliada de los carolingios. Constantinopla decide conjurar esa amenaza y envía una flota al mando de Nicéforo y obtiene la sumisión de los venecianos. Los traidores son entregados a la justicia y los leales a Bizancio recompensandos.

En 810, Pipino, rey de Italia, con la ayuda de la flota de Comacchio, recupera Venecia y la costa de Dalmacia, aunque por breve tiempo, pues los bizantinos envían una nueva flota que expulsa a los carolingios, quienes, finalmente, firman la paz con Constantinopla en 812, renunciando a un mar en el que no son enemigos de los imperiales.



Ese tratado de paz marca el inicio de la grandeza de Venecia. Por una lado, su pertenencia teórica al imperio bizantino le abre las rutas de oriente, al tiempo que le garantiza su autonomía, pues Constantinopla necesita su incipiente potencia marítima para luchar contra el Islam. Por otro lado, en el tratado de paz los carolingios renuncian a la posesión de Venecia, pero mantienen sus privilegios comerciales en occidente. De un golpe, la ciudad de los canales se convirtió en el nudo que uniría ambos mundos, por donde fluiría la riqueza del comercio durante los siguientes siglos. Su único rival, Comacchio, sería destruida en 875, allanando el camino a una época de esplendor sin igual.

El último giro de esta historia se daría en 1204, cuando la antigua vasalla manipuló a los miembros de la cuarta cruzada para desviaran su camino y destruyeran Constantinopla. Como símbolo de aquella nefasta hazaña, los cuatro caballos de bronce que coronaban la cuadriga de la victoria en el hipódromo de Constantinopla adornan ahora la basílica de San Marcos, recordando el día en el que una hija apuñaló a su propia madre.

Un saludo

4 comentarios:

Coriolis R. dijo...

Buenas,

hombre, casi mejor la cuádriga en la Plaza de San Marcos que en el Museo Británico.

Como ya comentamos alguna vez si la rivalidad de Venecia y Bizancio hubiera sido sustituída por algún tipo de alianza, federación o similar, tal vez los turcos no habrían llegado a superar la muralla.

Pero ¡así es la vida!

Con todo Venecia nunca pasó de ser una potencia de segundo orden aunque también es cierto que mantener su independencia, rodeada como estaba de vecinos hambrientos de riquezas, tiene su mérito.

Mérito o tal vez falta de escrúpulos. Parece que los venecianos habrían pactado con el diablo si así les hubiera convenido.

Acabo de leer "El puente de los asesinos" de Arturo Pérez Reverte y digamos que lo toca de pasada.

Que la ética y la honradez en política internacional, no han evolucionado mucho en los últimos seis siglos...

Salvador Felip dijo...

Hola Coriolis,

A mí siempre me intrigó cómo una ciudad en medio de la nada, una urbe del tres al cuerto como otra cualquiera logró un imperio marítimo y mercantil.

Supongo que una de las condiciones clave para defenderte en medio del Mediterráneo es la de no tener escrúpulos.

Y en eso los venecianos eran expertos.

Un saludo

Blas Malo Poyatos dijo...

Hola a ambos, Coriolis y Salvador, no sólo no tener escrúpulos sino convertirse en una talasocracia, dependiendo toda su fuerza de los barcos.

Aunque su fuerza no fueron su armada ni sus ejércitos, sino su capital. Y en eso se adelantaron siglos a nosotros.

Un saludo, y proskynesis

Salvador Felip dijo...

Hola Blas,

En eso tienes razón, ya lo dice la máxima: 'el dinero es el nervio de la guerra' y de dinero los venecianos sabían bastante.

Una época apasionante y una ciudad que bien merece un paseo por sus canales.

Un saludo